¿Qué es lo que más llama la atención en un rostro?
Sin duda, la sonrisa; sonrisa que aparece en los ojos y se abre sincera en los labios para comunicar la alegría interior.
Sonrisa que nace del amor, de la paz interior: del querer comunicar al otro sentimientos y cercanía.
Convocatoria también a sonreír. Sonrisa que es palabra silenciosa pero legible, clara y contagiosa.
En este nuevo año el lema pastoral nos invita a sembrar nuestra sonrisa, allí donde más la necesitan. Como nos invita nuestro Documento Capitular, hemos descubierto los rostros y corazones de nuestros hermanos, ahora estamos llamados a tener hacia ellos actitudes de conversión para poder ser testigos del amor de Dios y motivos de verdadera alegría. Sembremos para nuestros niños y jóvenes que viven en soledad, carencias, sufrimientos ocultos, situaciones sin aparente salida. Entreguémosla a nuestras familias y docentes que necesitan el aliento, la confianza y el compromiso en la formación de sus hijos.
Regalémosla a nuestros mayores para que sientan que su entrega y su donación han dado frutos en nosotros y seguimos capaces de sonreír. Sombremos nuestra sonrisa, mirándonos también en el espejo, para nosotros mismos, para seguir la siembra con esperanza y seguros de contagiar a otros.
Derrochemos sonrisas de alegría, de ternura, de esperanza, de optimismo, y como en la Palabra, no volverá sin dar su fruto (Is. 55, 10-13).
Seamos generosos y aunque el dolor, la impotencia, y los temores puedan estar quitándonos fuerzas para trabajar por el Reino, sonriamos con la certeza del bien que con tan poquito podemos sembrar. (Lc. 6, 43-45; Mt. 13, 1-9).
La sonrisa es un don que Dios pone en nuestros rostros para llegar a otros hermanos con la alegría de vivir, de sentirnos hijos amados, redimidos por el amor de un Dios que siempre nos sonríe. No la dejemos perder…sembremos.